En la capital
del país, los ciudadanos se enorgullecen de tomar agua de la llave sin riesgo
para la salud. También, de contar con dos privilegiados sistemas de abastecimiento
-Chingaza y Tibitoc- que a primera vista harían impensable que 8 millones de
habitantes en Bogotá y 10 municipios cercanos pudieran llegar a padecer un
racionamiento. Su capacidad de abastecimiento, 21,8 metros cúbicos en promedio,
puede elevarse a 29, el doble del consumo de los bogotanos, hoy de 13,7 metros
cúbicos, y 1,3 metros de sus vecinos. Durante más de un mes, un equipo
periodístico de EL TIEMPO, Citytv y ELTIEMPO.COM recorrió palmo a palmo la ruta
del agua que irriga a Bogotá y fue testigo de cómo los daños de las fuentes
hídricas son inclementes y las amenazas, diversas. Lo peor es que así la EAAB
trate o no el agua, debe pagarle al concesionario lo que cobra.
El director de
la planta de Tibitoc, Diego Fernando Rodríguez, explica que hasta hace 10 años
el registro de materia orgánica en esos caudales era de 6 miligramos por litro.
Hoy, tratar un metro cúbico de agua en Tibitoc cuesta 79,43 pesos; antes, valía
32,25 pesos. El embalse San Rafael, del
sistema Chingaza, no escapa del problema. Sus aguas cristalinas se han tenido
que mezclar con las del estropeado Teusacá cada vez que Tibitoc cierra. Esas
son las aguas que se tratan en Tibitoc, cuando se puede.
Pese a todo,
el Instituto Nacional de Salud (INS) certifica que el agua que suministra el
Acueducto es de máxima calidad, apta para el consumo humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario